
Pedro hizo lo impensable: salió de la barca y caminó sobre el agua. Mientras sus ojos estaban puestos en Jesús, el milagro ocurrió. Pero bastó un instante de distracción, una mirada al viento, y comenzó a hundirse.
Así nos pasa también. En medio de pruebas y tormentas queremos caminar en fe, pero cuando quitamos la mirada de Jesús, nos hundimos en temor, ansiedad o autosuficiencia.
Pero Jesús no lo dejó solo. No esperó a que Pedro nadara de vuelta, ni lo reprendió antes de ayudarlo. Extendió su mano y lo sostuvo.
No es nuestra fuerza la que nos mantiene a flote, es Su presencia. No se trata de nuestro talento, inteligencia o experiencia. Es Su mirada, Su palabra y Su poder.
Si Jesús está contigo, no te hundirás. Si tus ojos están en Él, caminarás sobre lo que antes te vencía. Y si caes, Su mano siempre estará lista para levantarte.
Señor, si Tú no estás aquí, mi fuerza no es suficiente. Dependo 100 por ciento de Ti.